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![A Dios lo que es de Dios. México, Editorial Aguilar, 1995. Comentario de Javier Sicilia Es extraño que para presentar un libro de historia, como es este de A Dios lo que es de Dios, publicado por Aguilar, hayan invitado a un poeta. Los poetas somos demasiado subjetivos y la objetividad a la que aspiramos, la del espíritu, no parece tener mucho que ver con la objetividad de los hechos en donde se mueve el historiador. No obstante, la invitación se dio y yo, agradecido, he asistido al llamado. ¿Qué puedo decir? Tal vez pocas cosas que le agreguen algo al historiador y lo inviten a sumergirse en las aguas de este libro. El título mismo es ya en sí evocador para un explorador de la historia. Pero tal vez algunas que puedan decirle algo al hombre común. Pues lo que le maravilla al poeta es el alma del hombre y A Dios lo que es de Dios trata de hombres, de hombres que vivieron en distintas épocas, que compartieron una misma fe, la fe católica (lo que es doblemente maravilloso para un poeta que sustenta esa misma fe), que, en medio de las circunstancias que les tocó vivir, el periodo independentista, la Reforma, la Revolución, los periodos posrevolucionarios, la vivieron de distinta forma ayudando a forjar lo que es nuestra cultural nacional. Es desde esa perspectiva, la del hombre, desde donde quiero hablar para presentar este libro maravilloso. Pero como esos hombres se forjaron en la Iglesia y en un país que buscaba y continúa buscando su identidad nacional, quisiera entrar en el misterio de A Dios lo que es de Dios hablando un poco de la Iglesia, en particular de la Iglesia mexicana actual. La Iglesia, y por ella entiendo no a la institución jerárquica sino, como lo ha definido el Vaticano II, al pueblo de Dios del que la jerarquía hace parte, ha sido, particularmente en México, piedra de escándalo y de contradicción. Ha sido la Iglesia reaccionaria, la Iglesia del pueblo, la Iglesia reacia al cambio, la Iglesia comprometida, la Iglesia conservadora y anquilosada, protectora y protegida de los poderosos y los ricos; la Iglesia de los pobres, revoltosa y aliada con la izquierda, etcétera. Muchos han sido los epítetos con los que se le ha calificado y todos ellos han sido hijos de las posiciones que los prelados y los laicos comprometidos con la fe han adoptado a lo largo de la historia y frente a los acontecimientos políticos que ha vivido el país. Hoy en día la Iglesia sigue siendo escandalosa y continúa siendo, a pesar de los cotos, de los golpes sufridos desde La Reforma para limitar su participación política, fuente de transformación de crítica y de contradicción. Por un lado, las posiciones del Nuncio Apostólico y de una parte importante de la jerarquía católica mexicana, que tienen una postura conservadora y más cercana a los planteamientos preconciliares, y quienes, para reformar el artículo 130 Constitucional y caminar hacia una doctrina social católica intransigente con las corrientes religiosas mas innovadoras, hicieron alianzas con el gobierno mexicano y con los grupos católicos neoliberales. Junto a ellos laicos como Aspe, como los industriales católicos afiliados al Opus Dei, que intentan vivir una especie de existencia en donde sus actividades públicas, vinculadas con la moral de la producción industrial, de la competencia, del comercio, de la eficiencia, estén sancionadas por la ética privada de una religión que desconoce el nacionalismo y cuyos postulados se circunscriben a una mera ética de la honradez dentro de los parámetros que marca el mercado y la competencia (si es que hay parámetros ahí), de una caridad entendida como dádiva y de una fe vivida como un mero apaciguador de la conciencia. Por otro, un clero que se dedica a promover una moral doméstica y unos laicos tibios que se contentan con esta expresión sentimental de lo religioso o bien, los menos, un clero y un laicado nacionalista, hijos de los postulados de lo que fue la cristiada y el primer sinarquismo, tradicionalistas, preconciliares, guadalupanos, enemigos acérrimos del marxismo y de la teología de la liberación y aliados con grupos industriales conservadores. Por otro lado más, una jerarquía y un clero hijos del Vaticano II, de la Conferencia Episcopal de Medellín (1968), de Puebla (1970) y de la Teología de la Liberación, una Iglesia nacionalista y plural en sus expresiones culturales, es-catológica, defensora de los pobres y de los marginados, cuyos nombres más conocidos son Sergio Méndez Arceo, Samuel Ruiz, Arturo Lona, Joel Padrón, Camilo Daniel. Junto a ellos laicos y sacerdotes que han sabido interpretar ese mensaje plural y se han articulado de formas diversas, desde las revueltas armadas como la zapatista, cuyo vocero, el Subco-mandante Marcos, ha sabido asimilar el marxismo y las culturas indígenas para construir un novedoso discurso cuya ética hunde sus raíces en lo espiritual y lo nacional, hasta las articulaciones de la resistencia civil no-violenta por la defensa de la democracia en Tabasco, pasando por Las Comunidades Eclesiales de Base, por grupos de derechos humanos como Serpaj, Cencos, y ONG's que trabajan en proyectos alternativos para elevar el nivel de vida de los pobres y proponer formas de desarrollo ajenas al mercado industrial. Todo este complejo mosaico, presentado con apresuramiento, constituye la Iglesia mexicana actual y su actividad política es fundamental en el proceso modernizador del país. Sin embargo, estas formas de vivir la fe que aparentemente dividen y enfrentan a la Iglesia mexicana y que se vinculan con otros procesos políticos y nacionales, no se dan, como bien lo señala Martínez Assad, en la introducción al libro que coordinó y que hoy presentamos, en estado puro. Las razones son muchas. Hablaré, sin embargo, de dos fundamentales que me permitirán internarme en el derrotero que marca A Dios lo que es de Dios. En primer lugar, las posiciones y las formas en que se articulan las corrientes ideológicas de la Iglesia mexicana son hijas de los hombres, de sus dramas de conciencia, de sus visiones evangélicas y de sus concepciones nacionales. Recordemos que el hombre cristiano en la modernidad es por un lado su experiencia personal con Cristo; por otro, su aceptación del magisterio de la Iglesia y de sus postulados, y por otro lado más la forma en que articula y vive esa doble realidad en el espacio nacional que le tocó vivir. En esta triple experiencia los hijos de la fe viven, caminan, se transforman y asumen posiciones. Los que viven con más profundidad su experiencia interior con Cristo, caminan a través de profundas crisis de conciencia, hacia experiencias más cercanas al pueblo sufriente de Dios y hacia un concepto nacional cercano a una justicia más distributiva y plural; los que no, prefieren sacrificar sus conciencias al juicio lento y a veces injusto del magisterio de la Iglesia y caminar hacia un nacionalismo que puede expresarse por medio de un colaboracionismo con los proyectos nacionales del Estado, por un fundamentalismo como el que desencadenó la guerra cristera o como el que aún hoy en día expresan grupos como el del Muro, los Tecos o Provida, o bien, por un liberalismo moderado y regido por una ética cristiana. Cada hombre de fe, cada actor de la vida profunda de la Iglesia, tiene formas particulares en las que expresa sus posiciones y su actuación. En segundo lugar, esas experiencias son también hijas de las acciones, crisis de conciencia, interpretaciones de las líneas del magisterio y posiciones nacionalistas que vivieron y asumieron los hombres que en el pasado conformaron la Iglesia de este país. ¿Cuáles han sido? Es algo que hasta recientes fechas se ha perdido en el pasado y que, sin embargo, es fundamental para comprender a la Iglesia actual. Por mucho tiempo, la historia de los actores de la Iglesia mexicana no ha merecido el análisis de los laicos. Las predisposiciones oficialistas que siempre han preferido ignorar la historia en lugar de entenderla, y la apología eclesial que, lejos de internarse en el drama de conciencia de los actores que la han protagonizado, se complacen en realzarla a través de hagiografías sentimentales que exaltan la consagración, el martirio, los milagros y los gestos heroicos, han hecho de ella una realidad confusa y desagradable. El trabajo de los investigadores que, coordinados por Carlos Martínez Assad, han hecho el libro de A Dios lo que es de Dios, es un primer y profundo intento por salvar este escollo. Su punto de mira, y es lo que me apasiona, no es la historia como hechos, sino el hombre y sus motivos en la vivencia y realización de esos hechos. Lo que ellos han realizado es una aproximación a la comprensión de la historia [...]”.](images/u4228-40.png)
